Es justificable que todos los usuarios de internet entreguemos nuestro derecho a la privacidad si eso puede evitar un ataque terrorista? ¿Estaría bien   que las empresas de tecnología violen la privacidad de sus usuarios por seguridad nacional? Llevamos bastante tiempo haciéndonos ese tipo de preguntas. Pero plantearnos respuestas ahora es más urgente que nunca.

En principio, el mundo se siente amenazado. El enemigo de turno es un grupo islamista para el que internet es un lugar común. ISIS usa la red para reclutar, hacer propaganda y comunicarse. De hecho, utiliza las mismas herramientas que el resto de la humanidad: apps de mensajería, Twitter y YouTube.

En segundo lugar, se hace cada vez más  consciente el hecho  de que nuestra privacidad en internet es importante y está en riesgo. Sabemos que los gobiernos del mundo tienen la seria intención de tener acceso a todo lo que viaja por internet.

El cifrado

Siempre que ocurre un ataque terrorista, alguien dice que los culpables usaron telecomunicaciones cifradas para planear la acción.

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Pero hay una buena razón por la que los servicios de mensajería cifran la comunicación de sus usuarios. Si no lo hicieran, no podrían garantizar que el único que recibe el mensaje sea el destinatario.

Esa expectativa de privacidad es un derecho consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Constitución de la mayoría de países democráticos.

En la medida en la que nos conectamos más, cada vez más partes de nuestra vida íntima ocurren en la red. Por eso, la presión de algunos segmentos ciudadanos por mantener la privacidad de la red se hace más fuerte, y la causa gana aliados cada día.

En tercer lugar, estamos en año electoral en Estados Unidos. Los asuntos tecnológicos de ese país tienen repercusión mundial. No solo porque los servicios más usados en el mundo son de allí y deben cumplir con su regulación, sino también porque las discusiones estadounidenses sobre regulación tecnológica tienden a replicarse en el resto del mundo.

Además, es vital para que los usuarios sientan confianza a la hora de usar los servicios.

La solución que se les ocurrió a los políticos y a los policías es presionar para que las empresas de tecnología les den alguna forma de acceder a esas comunicaciones; bien sea las llaves de cifrado o lo que se conoce como ‘puerta trasera’: una forma de romper la encriptación.

Por la puerta de atrás

A las tecnológicas no les gusta la idea. En una entrevista reciente, Tim Cook, consejero delegado de Apple, dijo que “las puertas traseras son para todos, para los buenos y para los malos. Si la ponemos ahí, alguien más la va a encontrar”.

En pocas palabras, el problema del cifrado es el siguiente: ¿es buena idea hacer que todos estemos menos seguros, con tal de que las autoridades puedan perseguir con mayor eficacia a los criminales?

 

Lock and glass globe

¿Cómo debería ser  el cifrado para evitar atentados?

Entonces ya no tenemos una sola pregunta, sino varias. ¿Es verdad que el cifrado débil es útil contra el terrorismo? ¿Cómo mejoramos la transparencia dentro de los sistemas de vigilancia? ¿Tenemos, en realidad, que elegir entre el cifrado y el acceso legítimo de los gobiernos a lo que se cifra? ¿No se puede desarrollar una solución técnica para deshacer ese nudo? Y, por supuesto: ¿se justifica que perdamos privacidad para, supuestamente, obtener seguridad?